Mirando a otra, el día de San Valentín

No encontrábamos el estacionamiento (no era posible que un hotel tan lujoso no lo tuviera), así que me bajé del carro para preguntarle a la recepcionista. La señorita, muy gentilmente, me indicó que el parqueo se encontraba a la vuelta del hotel, al costado de Casa Andina. Entonces, lo llamé por celular para decirle por dónde debía ingresar a la cochera. Lo esperé en la entrada y volví a subir a la camioneta para ubicarlo (difícil recorrido pues tenía las curvas muy estrechas, y en un solo sentido).
 

Cuando llegamos al restaurante del hotel Marriot recibimos una atención de primera. Una anfitriona nos dio el recibimiento, buscó nuestros nombres en su lista y nos llevó a una de las mesas que estaban libres. A los pocos minutos se acercó el capitán de meseros dándonos también la bienvenida y nos explicó que en unos minutos un camarero nos iba a atender.

 
De pronto se  acercó un mimo, vestido elegantemente, y me obsequió una flor hecha con globos (bonito detalle, por cierto). Después que se retiró saqué de mi bolsa el regalo que le había comprado a Manuel (una tacita negra con tapa, para que lo use en la oficina).
 
Un mesero nos trajo el champagne envuelto en servilleta de tela, dentro de un balde de metal, y vertió la bebida en las copas: brindis y salud, salud, salud… Todo estaba bien (sonrisas, miradas de complicidad, fotos y más fotos para el recuerdo).
 
Debo confesar que el plato de entrada (ensalada de verduras y aliños) no me gustó. Además, terminé mareada con tantos cubiertos, a mi derecha e izquierda (pobre de mí si Frida Holler hubiese sido mi maestra de etiqueta, seguro que me hubiese expulsado de la academia por las terribles equivocaciones que hice con los tenedores).     
 
Nos levantamos de la mesa para dirigirnos al buffet, donde habían letreritos de comidas desconocidas que no se veían tan agradables. En ese momento extrañamos el Ají de Gallina, el Lomito Saltado, el Pollito a la Brasa, y él pensando en el Cau Cau de mamá Rosa.
 
Todo  estaba perfecto: la compañía, el ambiente, la música, el champagne, hasta que la chica de la mesa del costado se levantó de su asiento. Llevaba un diminuto vestido de color negro, con unos zapatos oscuros, modelo colegio de tacos con plataforma (que por cierto, no fueron de mi gusto, nunca me los hubiese puesto).
 
En el momento que hizo su pasarela la mujer de negro, por el angosto pasillo que dividía su mesa con la mía, el hombre que me acompañaba (hasta ese momento el amor de mi vida…) desvió y concentró sus ojos en los muslos de otra mujer. Vi cómo levantó sus cejas e hizo un barrido a las piernas de la chica (como acariciándola con su mirada). Fueron los segundos más largos de mi existencia; por lo que ya no pude probar bocado alguno, porque tenía un gran nudo en la garganta. Me levanté del asiento, y le dije a mi acompañante, voy al baño (así es, en cuestión de menos de un minuto dejó de ser el hombre amado, respetado y admirado; ahora era simplemente  un sujeto morboso el que tenía frente a mí).
 
Cuando caminaba por el pasillo, un mozo me señaló dónde quedaba el bathroom (un ambiente agradable e impecable). Con el ánimo por los suelos cerré la puerta, me situé frente al espejo, y en mis ojos se reflejó la desolación.